Fragmento de un bosque en algún lugar de California. 2009
Ser un guarda forestal que escucha a Mogwai a todo volumen en tus enormes auriculares pasados de moda, mientras dibujas en tu cabeza siluetas imposibles de cuerpos incorpóreos flotando en el abismo, no es lo más normal que te puede pasar.
Pero a Carmelo los hechos le han conducido hasta este punto sin que él considere que haya tenido mucho que ver.
Primero una profesora incompetente de uñas violetas y culo gordo le plantó la etiqueta de niño autista con tal convicción y entusiamo que ni el psicólogo del colegio, más experto en carreras de galgos y cocina oriental que en los misterios del comportamiento humano, se atrevió a llevarle la contraria.
Después vinieron las clases especiales y el vacío reconfortante que se fue fraguando entorno a su persona. Los silencios, las miradas torcidas, los rostros compungidos, el interés morboso...todo estaba amañado para que Carmelo hiciese de su mundo interior el único destino digno de su infantil interés.
Y así, poco a poco fue descubriendo, casi por azar, sutiles y burdas maneras para que nadie irrumpiese en sus cavilaciones: hacerse el idiota era la más fácil, no mirar directamente a los ojos de quienes con cierta lástima y regusto a superioridad se animaban a hablarle, desinteresarse por aquello que intuía que interesaba al resto.
Era una operación de automarginación intencionada, aunque sólo a medias.
Y es que, sin proponérselo conscientemente, Carmelo había descubierto un gran secreto. Qué alucinante era no tener que ver nada con nadie. Le quedaban miles de horas libres para experimentar con sus sentidos y su imaginación.
Además, se había vuelto alérgico a la humanidad y las escasas relaciones inevitables que no podía esquivar (mamá, papá y el doctor al que acudía cada vez que se resfriaba), le provocaban extraños sarpullidos y espasmos musculares verdaderamente incómodos.
La cuestión es que el falso autista era un devorador nato de cultura en todo la extensión del término, un enamorado de la soledad y el más entregado amante de la vida.
Así mismo, contaba con una sensibilidad excepcional y le fascinaban los espacios abiertos.
Por eso hoy Carmelo escucha a Mogwai mientras se sacude las ramitas que se le han quedado pegadas a las botas.
Y todo gracias a esa imbécil de uñas violetas.
http://www.youtube.com/watch?v=DAPyZ-Sz8-E
Esther Sanz. Psicóloga Clínica de la U.S.A.
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