La habitación está completamente vacía, esperándome desde hace demasiado tiempo.
Adentro el silencio es sobrecogedor, afuera los sonidos chocan sin parar hasta casi partir en pedazos mis oídos.
Me alzo de puntillas y husmeo el interior desde una minúscula ventana, tembloroso y cegado por una luz blanca y metálica, la misma que pintaba mis paredes cuando todavía tenía un lugar donde cobijarme.
Mi mano busca, aprisa y desatinada, la cerradura que me deje entrar.
Necesito escapar del lugar donde estoy, pienso, mientras miro hacia atrás. Alguien me persigue. Juraría que son varios y que vienen a por mí.
Además, la noche se me está echando encima y allí adentro, no sé cómo puedo estar tan seguro, no hay espacio para las sombras.
Esther Sanz. Psicóloga Clínica USA.
Adentro el silencio es sobrecogedor, afuera los sonidos chocan sin parar hasta casi partir en pedazos mis oídos.
Me alzo de puntillas y husmeo el interior desde una minúscula ventana, tembloroso y cegado por una luz blanca y metálica, la misma que pintaba mis paredes cuando todavía tenía un lugar donde cobijarme.
Mi mano busca, aprisa y desatinada, la cerradura que me deje entrar.
Necesito escapar del lugar donde estoy, pienso, mientras miro hacia atrás. Alguien me persigue. Juraría que son varios y que vienen a por mí.
Además, la noche se me está echando encima y allí adentro, no sé cómo puedo estar tan seguro, no hay espacio para las sombras.
Esther Sanz. Psicóloga Clínica USA.
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