sábado, 26 de marzo de 2011

Yo confieso



Confieso que ya no tengo pesadillas relacionadas con el antiguo manicomio (ya fallecido) en el que empecé a trabajar hace más de 15 años. Ya no sueño con los pacientes de “la parte de atrás” en la que se mezclaban todo tipo de patologías, mejor dicho, de personas, en los que veía figuras borrosas oscuras, en la cama sin hablar, sin mirada, las que caminaban como autómatas, las que se acercaban para pedirte pilas, recogían colillas del suelo para llevárselas a la boca, las manos negras, los ojos sin brillo, el ruido al caminar pisando cucarachas, el olor a zotal… Ya no hablo de las guardias del manicomio, apenas las comento con mis amigos y ahora, ya pasada la angustia (los psiquiatras también la sentimos), nos podemos reír de lo que antes nos parecía un infierno. Sí, hemos sobrevivido a los tiempos en que el manicomio era un depósito de indigentes que la policía dejaba en la puerta, porque era en el manicomio donde tenían que estar, era así, había sido así durante mucho tiempo, demasiado.

Ahora que ya se ha muerto el manicomio, estamos mejor, mucho mejor. Ahora vivimos (y digo esto porque paso un tercio de mi vida aquí) en un sitio más acogedor. Los pacientes ingresan y la mayoría se van, salen de aquí, vuelven con sus familias, van a minirresidencias, a pisos tutelados. Ahora ya no trabajo para el manicomio, trabajo para una Unidad de Rehabilitación Psiquiátrica. Me siento mucho mejor porque ellos, lo que están al otro lado de la mesa también están mejor.
Están mejor porque el edificio que nos acoge a todos ya no es verde, de baldosas, frío, oscuro, impersonal, ahora es “beige”, hay luz, aunque artificial, el ascensor funciona, el patio está más limpio, hay menos gritos, menos contenidos, menos crispación, menos locura. 

Creo que tiene que ver algo con los nuevos tratamientos, que también tienen sus pegas pero precisamente por eso, porque los pacientes son capaces de expresarlas y de quejarse de ellas creo que son mejores. Antes se conseguía a veces parar la enfermedad y a la vez parar a la persona. Ahora cuando están fuera pueden ir a talleres, a centros de día y algunos hasta llegan a trabajar. Claro que siempre quedan los de televisión-cama-café y tabaco.

Por eso ahora mis pesadillas son otras, ahora sólo tengo que preocuparme por mis pacientes, por saber un poco más, por aprender de la vida de ellos, de nosotros. Reconocer lo que falta y ayudar a que falte menos cada día para que sean menos diferentes y más felices, que al fin y al cabo es lo que casi todos buscamos aquí.

M.C.R. (Psiquiatra) 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Te felicito por ser un siquiatra y además persona,te preocupas por ellos y eso es lo que ha hecho que todo haya cambiado
felicidades y gracias

B.N. dijo...

¿qué crees que se debería hacer para seguir avanzando ahora que ya "ha muerto el manicomio"?

Un abrazo y mucho cariño (al menos tanto como el que transmites en este artículo).

B.N.

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